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viernes, 1 de junio de 2012




El libro de quejas



Ayer fue la presentación de Juan de este mundo en el marco del Congreso de la Lij.   Nos enteramos que teníamos 10 minutos para presentarlo porque después había cuatro libros en las mismas condiciones que nosotros.  Sentí como si estuviera en la sala de partos y una multitud de parturientas hicieran cola detrás de la puerta para dar a luz a su libro.  Como el amontonamiento en una autopista de regreso a la ciudad, los fines de semana largos; o igual a la pila de panqueques con la que mi suegra hacía sus inolvidables lasañas.

¡Qué exagerada dirá usted!  Sí,  es una exageración,  una hipérbole,  pero qué le vamos a hacer, mi sensibilidad desmadrada no entiende de retórica. 

Y así,  en medio de esa vida exagerada (no al modo de Juan Romaña) yo quería darle las gracias a Susana que tuvo tanta delicadeza al presentarlo,  tanta inteligencia que hasta llegué a pensar que por esas cosas del destino ella hablaba de una cosa que era imposible que yo hubiera escrito….  Ella le daba la bienvenida al mundo al Juan (sin) y yo,  estaba pendiente de lo que marcaba el paso del tiempo.  Tic,  tac,  tic,  tac como los pasos amenazantes de un ogro patizambo en medio de la noche. 

Susana fue encontrando hebras como rayos en el entramado de palabras.  Hablaba y cada afirmación era una revelación.  ¿Me había estado espiando mientras yo escribía cada página?  Y en el momento destinado a las preguntas también descubrí que algunos que ya habían leído el libro de mi corazón,  ayudaban a pujar.  (Y ojo que en este parto no me dolió nada.)

-¿El lugar “Portezuelo del viento” donde compra las tierras Juan es el de Malargüe o el del Aconcagua?  Porque hay uno que es denominado por los montañistas como el fin del mundo…- se explayó Fernanda. Una contracción.

-Sí,  sí,  sí. –Quería festejar yo el descubrimiento.  Porque es el fin del camino de Juan,  un final lleno,  un final que le agregaba a Juan,  el “con”.  Y porque parte del puerto de Finisterre (lugar natal) y llega a otro puerto,  a otra tierra que  también es el fin del mundo (la tierra que hará nacer al otro Juan).  Otra contracción.

¿Eso se dijo o yo me lo imaginé?  Porque los pasos del ogro se acercaban implacables y me distraían por momentos.  Y Ana contó que le leía los trabajos de Juan a su hija de seis años,  cada noche antes de dormir y le había gustado la forma de describir los personajes. Yo quería escucharla,  porque Juan es,  en primer lugar,  para ellos.  ¡Hasta podía imaginar la carita de esa niña escuchando a su madre que le “abría la puerta para ir a jugar…”!  Pero la urgencia quebraba la magia,  la burocracia era un desagradable aliento en la nuca. 

Por eso quiero el libro de quejas.  No voy a pedir que me devuelvan el dinero,  porque en todo caso lo que invertí fueron expectativas.  No voy a exigir indemnización porque no hay devolución posible o compensación para un parto a las apuradas.   No voy a demandar a la facultad porque… ¿Por qué?  Y pienso:  “Y si no voy a pedir,  no voy a exigir ni tampoco a demandar… ¿Qué hago con el libro de quejas?”