Powered By Blogger

viernes, 17 de junio de 2016

El prodigio

Dedicado a mi papá.





            El alfarero prepara el barro como un demiurgo. Mezcla el agua y la arcilla,  florece en barro. Amasa la mixtura. Blanquea la mente. Se concentra en lo incierto, en el misterio creativo. Muta el cosmos entre sus manos. Lo habita.
            Argamasa de paciencia, medida y esencia. Une el barro todo y gesta las pellas como pequeños planetas. Prodigio del corazón del artesano.
La pella es lisa, suave a caricias. Es un huevo, una promesa. Es toda la potencialidad del universo, es una muestra de humanidad.
            Con un golpe seco y preciso, el alfarero planta la amalgama en el centro del plato. Se fija ahí, le crecen raíces. Y empieza la danza: el torno gira como el eje de una galaxia. Gira chúcaro, gira, gira, gira.
            El alfarero sumerge su mano en agua y salpica la pella sedienta.  Sepulta la mano en el centro, buscando el corazón. Lo enciende. Lo seduce y el barro cede.
            Una mano ahueca, la otra sostiene el portento. Una libera, la otra contiene. Una agranda, la otra acaricia.
            Más agua, gotas que germinan en la arcilla. Crece la magia, descubre la forma del útero. Y el agujero es recipiente, es la posibilidad recién nacida. El alfarero se hace también esa vasija.
            El hombre lentifica el plato, lo detiene, cesa la danza. Un segundo quieto como un suspiro. El hombre habita la historia. Corta la unión del barro al plato, es un recién parido. Nace el ánfora, nace el alfahar.

            Toma entre sus manos recién anidadas el cántaro y lo coloca en un lugar umbrío. Allí comenzarán los dos a endurecerse y criar la vida. Luego, los besos del fuego le darán una nueva vida.