foto: Daniel Magallanes
Existen personas que, sin importar la edad, construyen su mundo a partir de la búsqueda de significados nuevos, de aventuras en lo cotidiano, de hipótesis geniales y absurdas, de descubrimientos trascendentes en detalles domésticos. Esas personas llevan a flor de piel a su niño interior. Ese niño asombrado e inocente que acepta entusiasmado todo lo que puede aprender. Un niño que puede jugar con la realidad y transformarla. Y los niños gustan de lo fantástico, de lo desbordante.
La literatura fantástica es ese borde por donde transitamos en busca de esas razones inverosímiles para asombros cotidianos, es el mapa de nuestra propia fascinación ante lo inexplicable. En la actualidad, todos nos preciamos de ser racionales y de poder dar conceptos claros y precisos o de ser especialistas en alguna rama de la ciencia. Pero ocurre lo contrario con la vida. Cada vez más, las cosas que nos suceden parecen generarse en esa borrosa línea divisoria entre lo real y lo ficcional.
La tecnología nos permite adaptarnos de una manera asombrosa y la aceptamos imcomprensiblemente, como un juego, como un nuevo acertijo, o mejor dicho, un laberinto. ¿Acampamos al borde del abismo? ¿Vivimos afuera o adentro de la adivinanza?
Hace un tiempo escribí ciertos cuentos. Con el esfuerzo de toda mi familia logramos publicarlos con forma de libro, fue mi regalo del día de la madre. ¡Eso sí fue un parto colectivo! Ese libro portador de siete pequeños mundo narrados con ferocidad, también escondía el otro universo de eventos que fueron engarzándose en la realidad para que se concretara. El encadenamiento de los esfuerzos de un círculo de personas que me veían mejor, de lo que yo misma me veía. Y así nació De la luna y otros monstruos. Un libro impreso en papel que sólo algunos pocos habitantes de Mendoza, además de mis amigos, conocieron. Pero el asombro una vez más, me llenó los ojos de admiración y las manos de obras: hoy, ese libro navega por internet gracias a los pases (casi) mágicos de la Editora Digital y muchos lectores se asoman al hallazgo de las historias, acampan junto el abismo de la lectura, juegan a la escondida entre sus páginas. De la luna y otros monstruos volvió a nacer y me trajo, como un amanecer recién estrenado, la alegría compartida con los que lo leen y les gusta, la maravilla renovada porque la tecnología pudo una vez más superar la contingencia y el deseo de volver a jugar a que nos contábamos historias para darnos consuelo.