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martes, 11 de diciembre de 2012

Cuarto creciente de la luna menguante.







La luna vagaba por mi horizonte ausente
de tus caricias lejanas,
y un loco me hacía señas para distraerme.
Trajo una escalera y un globo,  un cuadro
y hasta un desayuno con merengues,
pero no te trajo.
 
 
Y cargué la luna sobre mi espalda
para colgarla del techo de mi dormitorio.
Ahora ella ilumina tus poemas como brasas
que me recuerdan tu corazón.    
 

sábado, 1 de diciembre de 2012

La lluvia desnudó tu nombre.




Brilla la ciudad a través de los ojos nostágicos del amante.  Se ilumina y se deja llevar por el recuerdo.  Invoca los pasos de la amada que lo sorprende con sus besos mojados y antes de la despedida escribe su nombre en el vidrio de la ventana transpirada para recordarse.

La eternidad se suaviza con los besos.

Ella le regala en el vidrio llovido su verdadero nombre para que la posea para siempre,  como una marca del último suspiro,  como un amor invisible que le pide su aliento.

La lluvia le borra las máscaras y la deja despojada y primigenia en la transparencia de la ventana.


lunes, 12 de noviembre de 2012

La literatura secreta



Fotografías del sitio Pankaj Valia.


La literatura para niños y jóvenes comienza como tal desde hace muy poco tiempo[1] ya que responde a un cambio muy importante dentro de la sociedad,  aquel momento en que se consideró a los niños y jóvenes como seres con su propia impronta y no como adultos pequeños.  Ligado a este hecho aparece la idea de la escuela como centro de educación para muchos, y la literatura pasa a cumplir un papel específico: trasladar a las nuevas generaciones el modelo social imperante dentro del modelo educacional.  La literatura infantil y juvenil,  fue considerada en esa época el mejor medio de domesticación política,  moral,  religiosa y pedagógica. 

En cambio,  en la actualidad se superponen las consideraciones entre una literatura interesada y una interesante.  La transformación de los prejuicios o pretextos acerca de las publicaciones para niños y jóvenes van dejando atrás ese viso didactista y   utilitario con cierta lentitud,  pero cada día se ve más cercano el ideal de una literatura despojada de utilitarismo. 

Existe un gran peligro en catalogar a la literatura  a priori “para niños” o “para jóvenes” porque la capacidad evocadora del texto,  su esencia estética,  su particular condición lúdica, que provoca al lector joven,  primerizo,  no proviene de su condición de adaptabilidad a la edad de su destinatario sino a su misterio artístico.  Y esta condición debe ser abarcadora y contenedora.  Opuesta a los intereses de las productoras de libros adocenados,  de los guetos de escritores a pedido,  de las políticas de educación adoctrinadoras.    

Tanto los críticos literarios,  los investigadores,  los escritores y los docentes - estos últimos,  a veces,  no toman verdadera conciencia de qué y cuánto de críticos tienen – somos mediadores en la difusión de la cultura,  y como tales,  seleccionamos lecturas recomendables,  es decir que en esa distinción evidenciamos un criterio.  Y es curioso saber que ese criterio,  en muchos casos,  contempla obras o autores catalogados como “imperdibles” y que sin embargo,  dejan afuera a muchos de nuestros alumnos,  lectores hambrientos y perspicaces,  que prefieren la recomendación de sus pares,  o de lectores marginales al sistema por ser éstas las obras que los conmueven y transforman.
 
 

Todos sabemos que cada uno sufre una metamorfosis al salir de la lectura de un libro fascinante,  intenso,  lúdico.  Nadie permanece inmutable a la buena literatura y esta no debe estar en exposición en una vidriera,  sino a la altura de la mano del lector. 

En la literatura para niños y jóvenes es escasísimo el tratamiento de temas como las desapariciones,  la política,  la muerte,  las malas palabras,  el sexo,  la guerra,  la discriminación,  por nombrar algunos de los vacíos. Temas que por otra parte están muy presentes en los programas televisivos,  los noticieros,  revistas,  internet.  Es como si existiera la creencia de que si en la literatura no se incluyen estos temas,  la obra es más artística o,  tal vez,  si no se habla de esos temas desaparecerán,  como por arte de magia.  Pero la magia no parece un tema serio.  Y los niños reclaman que se los trate seriamente;  los jóvenes buscan la dignidad de elegir lo que muchos mediadores adultos le censuran.

En su libro Hacia una literatura sin adjetivos,  Andruetto afirma que los lectores reclamamos a través de la literatura una “porción de humanidad” y el escritor tiene la oportunidad de ofrecerla a través de una escena,  de sus personajes o de sus interpretaciones culturales.

Por último,   propongo una visión de la literatura como la última experiencia de libertad.  Leer sin prejuicios para revelar los sentidos de la obra como si de sacar velos se tratara,  un acto íntimo y sensual de desnudarla.  Un camino para rebelar (se) en contra de la opresión y la censura.  Censura que no siempre se manifiesta abiertamente,  sino que muchas veces está en una omisión,  en un cajón cerrado,  en la falta de crítica.  “Revelación y Rebelión[2] dice Andruetto,  buena literatura que nos habla de nosotros mismos,  textos como juegos que nos incluyan como en una ronda.  ¿Juguemos a la ronda,  ronda de leer sin prejuicios?  Así sonreiremos más,  muchos más.

 

(Fragmento de la ponencia “Hacia una literatura más pimpante y menos rimbombante” leída en el Simposio GEC.  Teóricos y Críticos frente al espejo.  U.N.Cuyo,  F.F y Letras. En setiembre del 2011.)

 



[1] Como género específico la LIJ comenzó a fines del siglo XVII con los Cuentos de mama Oca. 
[2] ANDRUETTO,  María Teresa,  Hacia una literatura sin adjetivos, Córdoba, Comunicarte, 2009. Pgs.31-44.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El don de abrazar la literatura


"Abuela cuenta cuentos"  de Chiara Raineri
 


Al don,  al don,  al don pirulero

Cada cual,  cada cual atiende su juego

Y el que no,  y el que no

Una prenda dará…

 

¿Se acuerdan de este juego?  ¿Alguien se preguntó si Aldón era un nombre o Pirulero un apellido? Nadie,  porque en el momento de jugar,  un niño no cuestiona las definiciones,  juega.  De igual forma cuando un niño juega a que lee,  no juega,  lee.

La Alfabetización y la literatura atienden cada una su juego y su forma mágica de crear enlaces creativos,  de desarrollar estrategias de pensamiento,  de  representar lo imposible.   Pero son los mediadores,  esos “casamenteros entre el texto y el lector”  como los denominó Graciela Montes,  los que se responsabilicen de que una no esté al servicio de la otra,  ni se olvide alguna para sobrevalorar a la otra.

La lectura en voz alta será el puente entre las dos.  Será el puente entre los márgenes.

Todos los elementos de una buena experiencia con la lectura ayudan a llamar la atención sobre ella.   Y todos los efectos de una buena lectura en voz alta promueven el gusto por la literatura. 

Las modulaciones con la voz,  los gestos,  las miradas,  los silencios.  Todas las bondades de las lecturas hechas con entrega,  con intención,  con pasión despiertan el deseo de leer individualmente.  De no depender de otros para que florezca el placer,  los mundos imaginados,  las aventuras escandalosas. 

Una buena lectura en voz alta remarca los conceptos importantes dándole profundidad a la palabra,  quitándole la cáscara institucional o meramente explicativa.  La palabra poética da poder y pronunciada en voz alta,  es un conjuro al placer y al entender.   Pero la palabra escrita,  olvidada en su soledad de biblioteca,  no sirve.  Es el mediador el que le presta  la carne a la magia,  le insufla el aire a las aventuras,  le enseña al que escucha caminos nuevos de entendimiento. 

La lectura en voz alta tiene requisitos: debe ser paciente,  para que cuaje;  seductora, para que atraiga;  estimulante,  para que incite a la independencia lectora;  sorprendente,  por definición  y divertida,  para que invite a la repetición.

Los niños sienten en la piel la dedicación del adulto que les lee,  quieren aprender a leer para imitarlo.  Si no se les lee con la voz firme,  con la mirada inteligente,  con la paciencia amorosa del alfarero,  se dan cuenta y huyen de la literatura.   Cuando ellos juegan a que leen,  no juegan, ya leen.  Leen las formas de tomar el libro,  la parsimonia del correr de las páginas,  la sorpresa de las ilustraciones,  imitan la magia y el poder. 

La lectura en voz alta será el puente entre la verdad y la memoria.  Será el puente entre los márgenes de la realidad.

También el lugar debe ser especial.  UN LUGAR ESPECIAL,  PARA UNA ACTIVIDAD ESPECIAL.  No puede ser un lugar donde ocurren otras cosas,  debe ser un lugar físico que permita la realización del mundo interior.  Un lugar prodigioso donde sea permitido y propiciado el juicio crítico y la creatividad.
 
 
"El cuento de hadas"  de Kertesz
 

Los niños deben contar con un lugar garantizado para su lectura individual y sin cuestionarios para contestar.  Un momento donde se puede desarrollar la habilidad de leer. Y sin embargo,  los padres consideran que los niños deben leer en las escuelas,  y algunos docentes creen que lo harán en sus casas.  La lectura es un bien cultural como cualquier otro y debe desarrollarse y enseñarse dentro de las escuelas como parte de un patrimonio común.

También quiero señalar que existen prejuicios con respecto a los niños,  muchos.  El primero con respecto al vocabulario.  Que los niños no pueden sumarse a un texto con palabras difíciles,  que los textos con muchos diminutivos son mejor entendidos,  que los niños que provienen de sector sociales de menores recursos no podrán desarrollar jamás un código más elaborado.  Que algunos niños ya son de los márgenes,  y para ellos no es necesario aprender a leer literatura.   Creo que son errores en los que nos cuesta pensar,  pero que al verbalizarlos en voz alta comenzamos a erradicar por absurdos.

Un buen cuento debería ser la mejor recompensa por un día arduo de trabajo,  pero no un cuento con intenciones didactistas,  sino el simple agasajo de una historia sorprendente.  La atención de unos minutos dedicados a la palabra artística como regalo.

El gran cambio que sienten los niños cuando empiezan a leer solos,  es que ya no pueden entender todo por sí solos,  menos si hablamos de palabras aisladas o de letras sueltas.  Necesitan partir de un todo en el que cada parte ilumine el sentido del resto.  En el que un adulto ayude como puente o mediador cultural. 

 Desde que nace,  el niño está rodeado de lenguaje,  envuelto en múltiples capas de palabras evocadoras y sugerentes.   Esas palabras estacionadas en la boca luego vuelan y van a posarse en los objetos para nombrarlos,  para señalar su pertenencia  y para seguir hablando  a través del tiempo.  Uno de esos objetos sagrados portadores de historias,  de palabras,  de recuerdos y sensaciones son los libros.  Dejemos que los niños en la escuela tengan la oportunidad de poseer la magia de la literatura y sembremos el deseo de la independencia en la palabra.


Leído en el Segundo Congreso Provincial de Alfabetización. “Diversos caminos para un mismo aprendizaje.” Organizado por la Dirección General de Escuelas y la Municipalidad de Lavalle.  Mendoza. Noviembre de 2012

domingo, 14 de octubre de 2012

Justicia poética





Los suplentes.

Ese sábado era la final del campeonato de fútbol en las canchas del sindicato. Se enfrentaban los empleados del poder judicial contra los profesionales. Un partido de gran final. En el equipo de los profesionales, un fiscal, era el capitán. Se había ganado este puesto gracias a su espíritu aguerrido.  Él se encargó de pasar a buscar a los árbitros para que no hubiera ningún retraso, la puntualidad era un requisito ineludible para empezar el partido

Ese sábado,  el fiscal se levantó antes de que sonara la alarma del reloj,  y con la firme convicción de la victoria.  El equipo con el que contaba este año era el mejor de los últimos tiempos. En el arco, un abogado penalista parecía que tenía alas para volar, dos jóvenes peritos  volvían la defensa  un verdadero muro,  dos abogados con más mañas que juventud en el medio campo y él que era el delantero y director técnico.  

Ese sábado el sol brillaba como invitando a la gran final. Nada de viento.  Los jugadores fueron llegando muy temprano y hasta el asador se puso a armar el fuego con antelación.  Pero los dos peritos  tardaban y  no respondían sus celulares. Sin los defensores, el equipo de los empleados los despojaría del título.

Mientras hacían el precalentamiento, el fiscal presumió lo peor. Y comenzó a purgar con la mirada entre los curiosos de los costados. Llamó a dos muchachos que se habían acercado trotando y que se tiraron sobre el pasto para ver la contienda. Les ofreció la suplencia y los dos aceptaron inmediatamente. Las instrucciones fueron: “Este partido es a matar o morir. ¿Entendido?” Los empleados no presentaron objeciones.

Ese sábado,  el partido fue tremendo. Los codazos y las patadas daban cuenta de la importancia de ese título. Los dos defensores nuevos desentonaban del resto por su falta de espíritu,  más bien parecían de paseo ya que observaban mucho y corrían poco. El fiscal hizo un gol muy discutido como posición adelantada y, como era de esperar, el primer golpe le fue a dar a la nariz y lo dejó inconsciente. 

El resto de los jugadores,  incitados por la adrenalina,  decidieron que los mirones se ocuparan del fiscal, saliera un jugador del equipo de los empleados  y así prosiguiera el partido. Y como era de esperar, sin el general ni el muro,  los profesionales poco pudieron hacer. El equipo de los empleados hizo tres goles y obtuvo la deseada victoria.

El fiscal volvió en sí para presenciar los festejos del equipo de empleados que por primera vez en años lograba el título. Y los dos suplentes,  aunque habían entrado a trabajar en conserjería apenas el miércoles pasado,  también festejaron el triunfo.

sábado, 13 de octubre de 2012

La promesa






Escribir Juan de este mundo fue muy lindo,  fue un juego.  Hacía mucho tiempo que pensaba en las palabras con las que contaría la historia y un día comenzaron a bailar frente a mi propia nariz.  Hice un mapa de la novela en la que incluí todos los rincones y fue así que diagramé las historias de Juan y de Margarita por separado.  Luego se encontraban a mitad de la novela como el moño de los zapatos,  se mezclaban y volvían a seguir cada uno en su propio libro. 

Hoy estoy escribiendo el libro de Margarita que danza a mi alrededor.  Todavía no sé cómo se llamará,  pero es una alegría cada viernes y sábado que tengo un momento para escuchar las historias que me cuenta esta mujer diminuta que estaba adentro de un enorme abrigo rojo,  adentro de un vagón de tren,  adentro del corazón de Juan. 


miércoles, 25 de julio de 2012

Los vivadores de las palabras

fotografía de Adriana Martinetti


Los vivadores de la palabra.

¿Quiénes deciden los cruces del azar y las palabras?
¿Quiénes hablan de otros tiempos con las miradas?
Es un pasado que late en nuestro presente,
es un decir que nos viene desde lejos.

Habrá voces calladas que de tanto buscar el cauce
se inauguren esta noche.
Habrá manos pájaras que amasen los sueños.
Y nuestras voces,
nuestros ojos,
nuestros corazones
romperán el silencio para inaugurar
puentes de colores.

viernes, 1 de junio de 2012




El libro de quejas



Ayer fue la presentación de Juan de este mundo en el marco del Congreso de la Lij.   Nos enteramos que teníamos 10 minutos para presentarlo porque después había cuatro libros en las mismas condiciones que nosotros.  Sentí como si estuviera en la sala de partos y una multitud de parturientas hicieran cola detrás de la puerta para dar a luz a su libro.  Como el amontonamiento en una autopista de regreso a la ciudad, los fines de semana largos; o igual a la pila de panqueques con la que mi suegra hacía sus inolvidables lasañas.

¡Qué exagerada dirá usted!  Sí,  es una exageración,  una hipérbole,  pero qué le vamos a hacer, mi sensibilidad desmadrada no entiende de retórica. 

Y así,  en medio de esa vida exagerada (no al modo de Juan Romaña) yo quería darle las gracias a Susana que tuvo tanta delicadeza al presentarlo,  tanta inteligencia que hasta llegué a pensar que por esas cosas del destino ella hablaba de una cosa que era imposible que yo hubiera escrito….  Ella le daba la bienvenida al mundo al Juan (sin) y yo,  estaba pendiente de lo que marcaba el paso del tiempo.  Tic,  tac,  tic,  tac como los pasos amenazantes de un ogro patizambo en medio de la noche. 

Susana fue encontrando hebras como rayos en el entramado de palabras.  Hablaba y cada afirmación era una revelación.  ¿Me había estado espiando mientras yo escribía cada página?  Y en el momento destinado a las preguntas también descubrí que algunos que ya habían leído el libro de mi corazón,  ayudaban a pujar.  (Y ojo que en este parto no me dolió nada.)

-¿El lugar “Portezuelo del viento” donde compra las tierras Juan es el de Malargüe o el del Aconcagua?  Porque hay uno que es denominado por los montañistas como el fin del mundo…- se explayó Fernanda. Una contracción.

-Sí,  sí,  sí. –Quería festejar yo el descubrimiento.  Porque es el fin del camino de Juan,  un final lleno,  un final que le agregaba a Juan,  el “con”.  Y porque parte del puerto de Finisterre (lugar natal) y llega a otro puerto,  a otra tierra que  también es el fin del mundo (la tierra que hará nacer al otro Juan).  Otra contracción.

¿Eso se dijo o yo me lo imaginé?  Porque los pasos del ogro se acercaban implacables y me distraían por momentos.  Y Ana contó que le leía los trabajos de Juan a su hija de seis años,  cada noche antes de dormir y le había gustado la forma de describir los personajes. Yo quería escucharla,  porque Juan es,  en primer lugar,  para ellos.  ¡Hasta podía imaginar la carita de esa niña escuchando a su madre que le “abría la puerta para ir a jugar…”!  Pero la urgencia quebraba la magia,  la burocracia era un desagradable aliento en la nuca. 

Por eso quiero el libro de quejas.  No voy a pedir que me devuelvan el dinero,  porque en todo caso lo que invertí fueron expectativas.  No voy a exigir indemnización porque no hay devolución posible o compensación para un parto a las apuradas.   No voy a demandar a la facultad porque… ¿Por qué?  Y pienso:  “Y si no voy a pedir,  no voy a exigir ni tampoco a demandar… ¿Qué hago con el libro de quejas?”  

               

miércoles, 11 de abril de 2012

Juan de este mundo



Juan de este mundo es mi nuevo y querido libro.  Ilustrado por Sebastián Dufour de una manera dulcísima.  El tiempo que me llevó escribirlo fue un tiempo absolutamente dichoso y espero sea igualmente encantador el tiempo que ustedes pasen leyéndolo.
Aquí reproduzco algunos párrafos del principio ... para ir entrando en tema.

Juan el corto

Del puerto de Finisterre llegó un barco enorme. Desde el edificio de la Aduana, que era el más alto del caserío, se veían tres pisos de gente asomando los brazos para saludar.  Parecía un gran pastel relleno de personas o un hormiguero. 
Entre la multitud viajaba un hombre delgado y pequeño, que si no fuera porque tenía una barba de meses que le rozaba el pecho, se hubiera dicho que era un niño. 
El peregrino no tenía más equipaje que una valija marrón, del mismo marrón que fueron sus pantalones antes de desteñirse con el tiempo, y del mismo marrón que su saco prendido con dos botones minúsculos. Y también sus zapatos, cuando no estaban cubiertos de polvo, eran marrones. Su sombrero, su barba y su pelo, del mismo tono terroso.
El viajero era muy callado. Todos en el barco lo conocieron como Juan; aunque su apellido era Alonso, nadie le decía “señor Alonso”, ni siquiera “señor”.
También le decían “el corto”, porque era tímido y cuando todos se callaban para escucharlo y quedaba hablando solo, se le ponía la cara muy, muy roja. 
Al hombre le gustaba que lo llamaran Juan el corto, como si fuera el personaje de una historia de piratas, igual a aquellas que le contaba su padre antes de que comenzara la guerra y lo borrara de su vida. 
El edificio de la Aduana tenía mostradores donde los recién llegados se formaban en filas sinuosas como gusanos. Juan se colocó en la primera fila de tierra firme...