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domingo, 14 de octubre de 2012

Justicia poética





Los suplentes.

Ese sábado era la final del campeonato de fútbol en las canchas del sindicato. Se enfrentaban los empleados del poder judicial contra los profesionales. Un partido de gran final. En el equipo de los profesionales, un fiscal, era el capitán. Se había ganado este puesto gracias a su espíritu aguerrido.  Él se encargó de pasar a buscar a los árbitros para que no hubiera ningún retraso, la puntualidad era un requisito ineludible para empezar el partido

Ese sábado,  el fiscal se levantó antes de que sonara la alarma del reloj,  y con la firme convicción de la victoria.  El equipo con el que contaba este año era el mejor de los últimos tiempos. En el arco, un abogado penalista parecía que tenía alas para volar, dos jóvenes peritos  volvían la defensa  un verdadero muro,  dos abogados con más mañas que juventud en el medio campo y él que era el delantero y director técnico.  

Ese sábado el sol brillaba como invitando a la gran final. Nada de viento.  Los jugadores fueron llegando muy temprano y hasta el asador se puso a armar el fuego con antelación.  Pero los dos peritos  tardaban y  no respondían sus celulares. Sin los defensores, el equipo de los empleados los despojaría del título.

Mientras hacían el precalentamiento, el fiscal presumió lo peor. Y comenzó a purgar con la mirada entre los curiosos de los costados. Llamó a dos muchachos que se habían acercado trotando y que se tiraron sobre el pasto para ver la contienda. Les ofreció la suplencia y los dos aceptaron inmediatamente. Las instrucciones fueron: “Este partido es a matar o morir. ¿Entendido?” Los empleados no presentaron objeciones.

Ese sábado,  el partido fue tremendo. Los codazos y las patadas daban cuenta de la importancia de ese título. Los dos defensores nuevos desentonaban del resto por su falta de espíritu,  más bien parecían de paseo ya que observaban mucho y corrían poco. El fiscal hizo un gol muy discutido como posición adelantada y, como era de esperar, el primer golpe le fue a dar a la nariz y lo dejó inconsciente. 

El resto de los jugadores,  incitados por la adrenalina,  decidieron que los mirones se ocuparan del fiscal, saliera un jugador del equipo de los empleados  y así prosiguiera el partido. Y como era de esperar, sin el general ni el muro,  los profesionales poco pudieron hacer. El equipo de los empleados hizo tres goles y obtuvo la deseada victoria.

El fiscal volvió en sí para presenciar los festejos del equipo de empleados que por primera vez en años lograba el título. Y los dos suplentes,  aunque habían entrado a trabajar en conserjería apenas el miércoles pasado,  también festejaron el triunfo.

sábado, 13 de octubre de 2012

La promesa






Escribir Juan de este mundo fue muy lindo,  fue un juego.  Hacía mucho tiempo que pensaba en las palabras con las que contaría la historia y un día comenzaron a bailar frente a mi propia nariz.  Hice un mapa de la novela en la que incluí todos los rincones y fue así que diagramé las historias de Juan y de Margarita por separado.  Luego se encontraban a mitad de la novela como el moño de los zapatos,  se mezclaban y volvían a seguir cada uno en su propio libro. 

Hoy estoy escribiendo el libro de Margarita que danza a mi alrededor.  Todavía no sé cómo se llamará,  pero es una alegría cada viernes y sábado que tengo un momento para escuchar las historias que me cuenta esta mujer diminuta que estaba adentro de un enorme abrigo rojo,  adentro de un vagón de tren,  adentro del corazón de Juan.