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sábado, 28 de agosto de 2010

Los caminos de la guerra

"El lodazal" de M Escher

Los caminos de la guerra. (De El lenguaje de los objetos )


Apoyada sobre las rodillas. Las palmas abiertas arriba del perfecto diseño de las huellas que dejan las ruedas, de las máquinas, de los fuegos. María parece un adorno exótico, estático, sintético. María arrulla el suelo con un llanto que cala hacia adentro. Una mejilla apoyada en el polvo, la otra hacia el infinito. Lleva el cuerpo envuelto en paños coloridos, pero el llanto amortajado en claro lienzo. De su cintura pende una bolsita repleta de hojas frescas que sirven de remedio. Junto a los talones abandonó las sandalias gastadas, oscuras, último límite cuerdo.

Se escucha la guerra que avanza por todas partes. Montada viene, en máquinas que mastican terrores nuevos, prejuicios viejos. Avanzada viene, en humo de gases feroces y venenos. Multiplicada viene, sobre el desierto perfecto. Y deja una cicatriz enorme como una boca hambrienta, como una panza hinchada, como un niño ciego.

María permanece sobre las rodillas. Permanece con sus oídos despiertos. Un oído atiende las palabras del cielo. El otro oído en la tierra le dice que su hijo ha vuelto.

sábado, 21 de agosto de 2010

Volver a dar a luz

foto: Daniel Magallanes

Existen personas que,  sin importar la edad,  construyen su mundo a partir de la búsqueda de significados nuevos,  de aventuras en lo cotidiano,  de hipótesis geniales y absurdas,  de descubrimientos trascendentes en detalles domésticos.  Esas personas llevan a flor de piel a su niño interior.  Ese niño asombrado e inocente que acepta entusiasmado todo lo que puede aprender.  Un niño que puede jugar con la realidad y transformarla.  Y los niños gustan de lo fantástico,  de lo desbordante. 
La literatura fantástica es ese borde por donde transitamos en busca de esas razones inverosímiles para asombros cotidianos,  es el mapa de nuestra propia fascinación ante lo inexplicable.  En la actualidad,  todos nos preciamos de ser racionales y de poder dar conceptos claros y precisos o de ser especialistas en alguna rama de la ciencia.  Pero ocurre lo contrario con la vida.  Cada vez más, las cosas que nos suceden parecen generarse en esa borrosa línea divisoria entre lo real y lo ficcional.   
La tecnología nos permite adaptarnos de una manera asombrosa  y la aceptamos imcomprensiblemente,  como un juego,  como un nuevo acertijo,  o mejor dicho,  un laberinto.  ¿Acampamos al borde del abismo?  ¿Vivimos afuera o adentro de la adivinanza? 
Hace un tiempo escribí ciertos cuentos.  Con el esfuerzo de toda mi familia logramos publicarlos con forma de libro,  fue mi regalo del día de la madre.  ¡Eso sí fue un parto colectivo!  Ese libro portador de siete pequeños mundo narrados con ferocidad,  también escondía el otro universo de eventos que fueron engarzándose en la realidad para que se concretara.  El encadenamiento de los esfuerzos de un círculo de personas que me veían mejor,  de lo que yo misma me veía.  Y así nació De la luna y otros monstruos.  Un libro impreso en papel que sólo algunos pocos habitantes de Mendoza,  además de mis amigos,  conocieron. Pero el asombro una vez más,  me llenó los ojos de admiración y las manos de obras:  hoy,  ese libro navega por internet gracias a los pases (casi) mágicos de la Editora Digital y muchos lectores se asoman al hallazgo de las historias,  acampan junto el abismo de la lectura,  juegan a la escondida entre sus páginas.  De la luna y otros monstruos volvió a nacer y me trajo,  como un amanecer recién estrenado,  la alegría compartida con los que lo leen y les gusta,  la maravilla renovada porque la tecnología pudo una vez más superar la contingencia y el deseo de volver a jugar a que nos contábamos historias para darnos consuelo. 



viernes, 13 de agosto de 2010

¿Creamos con palabras o ellas nos crean?

Cada vez que vemos una obra hecha por el hombre,  podemos darnos cuenta de que las palabras están sosteniéndola como una red.  Cada creación las necesita,  las ambiciona. 
Algunas palabras nos son dadas como un legado,  otras,  como dones.  Algunas nos hacen cosquillas,  otras nos provocan lágrimas.  Algunas nos habitan y susurran como somos.  ¡Podemos intercambiar mundos a través de palabras!  Y esos mundos trocados nos construyen a través del tiempo y los espacios. Universos que se repiten ante los ojos y a través del corazón de todos esos otros que nos sirven de espejos,  nuestros lectores.
La realidad se me transforma bajo el influjo de las palabras,  bajo su escencia arcaica y fresca a la vez.  Creada y recreada.  Oscura y diáfana a un mismo tiempo.  Palabras como ladrillos,  palabras como luces,  palabras develadoras de misterios. 
Observo a esas palabras creando historias que coquetean con otras,  que se enamoran,  que educan,  que acompañan o consuelan.  Y me veo en ellas como en espejos diferidos. Veo a otros que me las cuentan o que las leen como cómplices de esa creación.  Es un viaje prometedor y dinámico que nos une como especie.