fotografía de Laura Rivera
En la vereda ha echado raíces una fotógrafa, pequeña y con flequillo. Debe creer que es invisible porque los otros pasan junto a ella y no se mueve. Hacía mucho tiempo que nadie se detenía frente a esta casa. A veces las señales tienen rostros inocentes.
Debe creer que nadie la observa, coloca su cabeza hacia un lado y otro antes del clic. Un rayo de luz azulino logró traspasar la barrera metálica de la celosía. Y mi rostro descuidado queda colgado detrás de la oscuridad y en un rincón de su fotografía.
Entre los líquidos mágicos de su estudio emergerá mi rostro humano y la sorprenderá. Ya no puedo preocuparme más. Tal vez la guirnalda de flores me ayude y me oculte a su mirada sagaz.
Comienza a amanecer. Dejo encendido el bullicio en la ventana somnolienta. Dejo manchado de rímel el recuerdo de nuestra vida. Y la huella de café con canela va abriendo un abismo por donde regresa una caricia. Esa niña ha vuelto.