El libro de quejas
Ayer fue la
presentación de Juan de este mundo en
el marco del Congreso de la Lij. Nos enteramos que teníamos 10 minutos para
presentarlo porque después había cuatro libros en las mismas condiciones que
nosotros. Sentí como si estuviera en la
sala de partos y una multitud de parturientas hicieran cola detrás de la puerta
para dar a luz a su libro. Como el
amontonamiento en una autopista de regreso a la ciudad, los fines de semana
largos; o igual a la pila de panqueques con la que mi suegra hacía sus
inolvidables lasañas.
¡Qué exagerada dirá
usted! Sí, es una exageración, una hipérbole, pero qué le vamos a hacer, mi sensibilidad
desmadrada no entiende de retórica.
Y así, en medio de esa vida exagerada (no al modo de
Juan Romaña) yo quería darle las gracias a Susana que tuvo tanta delicadeza al
presentarlo, tanta inteligencia que
hasta llegué a pensar que por esas cosas del destino ella hablaba de una cosa que
era imposible que yo hubiera escrito….
Ella le daba la bienvenida al mundo al Juan (sin) y yo, estaba pendiente de lo que marcaba el paso
del tiempo. Tic, tac,
tic, tac como los pasos
amenazantes de un ogro patizambo en medio de la noche.
Susana fue encontrando
hebras como rayos en el entramado de palabras.
Hablaba y cada afirmación era una revelación. ¿Me había estado espiando mientras yo
escribía cada página? Y en el momento
destinado a las preguntas también descubrí que algunos que ya habían leído el
libro de mi corazón, ayudaban a
pujar. (Y ojo que en este parto no me
dolió nada.)
-¿El lugar “Portezuelo
del viento” donde compra las tierras Juan es el de Malargüe o el del Aconcagua? Porque hay uno que es denominado por los
montañistas como el fin del mundo…- se explayó Fernanda. Una contracción.
-Sí, sí,
sí. –Quería festejar yo el descubrimiento. Porque es el fin del camino de Juan, un final lleno, un final que le agregaba a Juan, el “con”.
Y porque parte del puerto de Finisterre (lugar natal) y llega a otro
puerto, a otra tierra que también es el fin del mundo (la tierra que
hará nacer al otro Juan). Otra contracción.
¿Eso se dijo o yo me
lo imaginé? Porque los pasos del ogro se
acercaban implacables y me distraían por momentos. Y Ana contó que le leía los trabajos de Juan a
su hija de seis años, cada noche antes
de dormir y le había gustado la forma de describir los personajes. Yo quería
escucharla, porque Juan es, en primer lugar, para ellos.
¡Hasta podía imaginar la carita de esa niña escuchando a su madre que le
“abría la puerta para ir a jugar…”! Pero
la urgencia quebraba la magia, la
burocracia era un desagradable aliento en la nuca.
Por eso quiero el
libro de quejas. No voy a pedir que me
devuelvan el dinero, porque en todo caso
lo que invertí fueron expectativas. No
voy a exigir indemnización porque no hay devolución posible o compensación para
un parto a las apuradas. No voy a demandar a la facultad porque… ¿Por
qué? Y pienso: “Y si no voy a pedir, no voy a exigir ni tampoco a demandar… ¿Qué
hago con el libro de quejas?”
2 comentarios:
Es increíble cómo, al leerte, se pueden sentir todas esas sensaciones, la ansiedad, y "las contracciones" :)
Fue como estar allí, con vos.
Felicidades, de nuevo!
Besos
Gracias Laura. Te extrañaba, es que por estas razones expuestas estuve un poco alejada del blog.
¿Donde encuentro tu blog nuevo?
Un abrazo de otro mundo
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